«El Molino»

Daimiel. Castilla La Mancha. Segunda mitad del siglo XX. 

Aquellos años de escasez. Años en los que se aprendió a no necesitar nada porque nada se tenía. 

A vivir sin expectativas porque lo que importaba era el hoy. Lo que importaba y preocupaba era luchar día a día para sacar a tus ocho hijos adelante. Cualquier esfuerzo era poco. No había tiempo que perder ni ganas que desperdiciar. 

Bien sabía de eso Román Susmozas, «El Pica». 

Sus manos, sus brazos, su piel salpicada por las piedras del Molino de Griñón, en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, atestiguaban resquicios de esas batallas. Piedra a piedra, grano a grano.


Los vericuetos de la vida en general y los avances de la industria en particular provocaban un éxodo forzoso que, si bien Román no entendía, acataba con entereza y responsabilidad. 

De la meseta manchega a la costa murciana. De su mundo, sus raíces y su casa, a una nueva vida de posibilidades que se abría ante sus ojos frente al Mar Mediterráneo.

Allí, en esa nueva vida, le esperaban sus nueras, sus yernos, sus nietos y la esperanza de construir junto a ellos un futuro. 

Su nuevo futuro. La vida.

Román Susmozas, «El Pica», mi abuelo.

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